Esquirlas


La renovación moderna.
por Juan Molina y Vedia

Por las entrevistas y conversaciones de DAR resulta claro que la modernidad estaba instalada en círculos cercanos a la Escuela de Arquitectura pero ésta resistió sin inmutarse hasta el año ‘56, medio siglo de negación, con sus modos de encarar la enseñanza de la Composición Arquitectónica neoclásica representada por el mítico René Karman, académico llegado en la década del ‘10 proveniente del Beaux Arts de París y sus premios de Roma.
Pero debemos reconocer que sobre una fuerte organización de plantas fueron apareciendo fachadas modernas racionales aunque convivieran con mansardas y restos eclécticos de los estilos pasados en los trabajos de los alumnos mostrándose cierta flexibilidad en cuanto a “estilos” o imágenes anunciadoras de un futuro cambio que debería esperar todavía.

En los trabajos publicados en la revista de la SCA en los años ’30 puede verse eso claramente. A la vez que aparecían el Cavanagh, el Comega y el Safico  se construían en Vicente López  barrios enteros de racionalismo alemán, realidades construidas contundentes.

Ese repliegue de Karman en las plantas dio solidez a nuestro moderno, siempre más cuidadoso y lento que, por ejemplo en el Brasil en que Corbu fue impulsado por el entusiasmo de Lucio Costa y Oscar Niemeyer o el de Uruguay donde la recepción del moderno fue más directa que en el aletargado Buenos Aires.

Por fuera de nuestra Escuela habían aparecido los primeros artículos sobre Arquitectura Moderna en la revista Martín Fierro por Prebisch, Vautier y Oliverio Girondo ya en los ‘20, junto con artículos de vanguardia de pintura, escultura y discusiones sobre literatura argentina con Borges, Macedonio Fernández entre otros jóvenes  renovadores culturales, notorios luego.

A fines del ‘30 aparecen el Manifiesto del Grupo Austral, impulsado por Antoni Bonet, Ferrari Hardoy y Kurchan; la Escuela moderna de Tucumán, con el grupo de Jorge Vivanco, Eduardo Sacriste, Caminos y Catalano; las revistas Tecné y Nueva Visión; los proyectos de Wladimiro Acosta y su libro de mediados de los ‘30 (Vivienda y Ciudad); y los estudios  de Amancio Williams (auditorio en Palermo), es decir, una fuerte renovación fuera de la Escuela de Arquitectura  nacida de la desconformidad de sus alumnos más claros. Hubo que esperar al año ‘56 en el cual por iniciativa también de los alumnos, se reorganizaran y modernizaran los planes de estudio y se crearan nuevos talleres verticales invitándose a Wladimiro Acosta y a Clorindo Testa, ente otros. También se incorporaron cursos de Visión reemplazando a los de Geometría Descriptiva y Dibujo.

Mario Roberto Álvarez había expresado ese hecho ya  en su trayectoria  estudiantil con mucho énfasis en el tema de los "estilos", principal centro de las discusiones. “Estilos” ligados a “temas” religiosos, de gobierno, etc.

El "Cese" de nueve meses del ’55 -‘56 fue un punto final con sus aciertos y sus limitaciones, señaladas con justicia por Roberto Doberti en su entrevista, con observaciones muy atinadas respecto a la consideración del tema de lo nacional o internacional de las ideas y formas.
 Pero el cambio fue importante y muy alentador y fuertemente ligado al desarrollo hasta el ‘66 con la intrusión policial en las aulas y la consiguiente interrupción del camino emprendido.
La polémica sigue y quedó abierta con esta historia nada sencilla de años de ceguera de la Escuela, y después del ‘48 de la Facultad, en relación a los cambios de la realidad.

Dos jóvenes ayudantes, luego de trayectoria muy significativa, Manolo Borthagaray y Alfredo Ibarlucía , en el ‘50 en la cátedra de Raúl J. Álvarez preanunciaron los cambios que sobrevendrían en poco tiempo más.

La realidad de la ciudad entró en la Facultad ya que muchos de los docentes construían  a la vez que enseñaban en los talleres y eso resultó importante.

El problema formal y de imagen tuvo todas estas características y largos años de polémicas entre profesores, alumnos y planes de estudio.

Tema actual, por supuesto, y sujeto a nuevas polémicas, sin duda.